Stay Strong,
Ana Vi
El bullying, también conocido como acoso escolar,
consiste en el maltrato hacia otra persona y el irrespeto por sus derechos e
integridad. Es una situación que lamentable mente se está dando muchísimo (a
pesar de que ya se le da más importancia) y puede causar muchísimo daño a
quienes lo sufren, generalmente solos y en silencio.
Hay varios
tipos de bullying o acoso escolar: físico (golpes, patadas, empujones,
palizas…), verbal (insultos, apodos, gritos, amenazas, degradaciones…),
psicológico (intimidación, rumores, manipulación de redes sociales, presión
social, extorsión, exclusión…) y el virtual (foros, blogs y otras redes
sociales como Facebook para lastimar o humillar), conocido como cyber-bullying.
El bullying
puede darse en cualquier etapa, pero comúnmente sucede entre la
pre-adolescencia y adolescencia, o entre primaria y secundaria, para decirlo de
una manera diferente. Desafortunadamente, los niños de hoy se inclinan cada vez
más a “ir con la corriente”. En el momento en que alguien se convierte en el
blanco de un bully, se convierte en el blanco de todos los seguidores de éste.
Mi Experiencia Personal con el
Bullying
Para mí, el
bullying es un tema espinoso. Yo sufrí de un bullying constante desde cuando
tenía diez años hasta cuando cumplí doce. Se puede decir que de los cuatro
tipos de bullying que mencioné, sufrí dos: el físico y el verbal.
Fue muy duro.
Pensar en las cosas por las que mis compañeros me hicieron pasar en aquél
tiempo todavía causa que se me haga un nudo en la garganta y que mi corazón se
acelere. Es una etapa de mi vida que por más que intente, nunca va a quedar
atrás. Siempre voy a recordar cómo me sentí, las cosas hirientes que me decían,
las risas burlonas, los golpes… Todo. Afortunadamente, mi caso es uno de los no
tan comunes que terminaron bien.
Puedo afirmar
sin dudar que el bullying me hizo más fuerte. Me hizo la piel más gruesa, como
dicen. Nunca cometí un acto de bullying antes de que todo me sucediera y nunca
lo cometeré debido a que sé lo que es, de primera mano.
Todo empezó
cuando entré a un colegio nuevo en quinto grado. No tenía amigos, no conocía a
nadie… en fin, todo era nuevo. Al principio todo iba bien. No puedo decir que
estaba emocionada, ya que ya había cambiado de escuela muchas veces debido al
trabajo de mi mamá y estaba cansada de los cambios. Aún así, aparte de eso, no
tenía de qué quejarme. Poco a poco fui conociendo a la gente, hasta hice varios
amigos. La pesadilla comenzó cuando la “cabecilla” del grupo, Alonso, decidió
pedirme que fuera su novia y me negué.
Enserio, ¿para
qué iba a querer yo un novio a los once años? No conocía a Alonso muy bien,
solo sabía que tenía catorce años en ese momento (estaba quedado), que era muy
adinerado porque su papá era dueño de una estación de radio, que era muy
burlista (yo había intentado no meterme con él precisamente por eso) y que para
mí, que siempre he sido la más bajita del grupo y usualmente la más joven, era
tan alto como un árbol. Sin dudarlo le contesté que no. Ahí fue cuando todo
comenzó.
Al día
siguiente, su actitud era muy hostil y cada vez que me veía me empujaba o me
jalaba la trenza. Yo me limitaba a decirle que parara. Luego empezó a comentar
al frente de todo el mundo lo muy gorda que estaba. “¿Cuántos meses tiene?” me
solía decir. Pasaba diciéndole a todos que yo tenía cara de puta (perdón por la
palabra). Los varones del grupo, que siempre lo seguían como cachorros, se
reían y agregaban uno que otro comentario hiriente, haciendo que cada vez me
sintiera más fea y gorda.
Mi amiga, o la
niña con la que andaba en ese momento, se reía también. Cada vez que le
reclamaba me decía: “Ay ya, no le haga caso. Uno se tiene que reír de esas
cosas.” Tal vez tuviera razón. Tal vez yo me habría reído y ya de haber pasado
esto solo una vez, pero era constante. No pasaba una clase sin que una falla de
mi físico saliera a relucir. Me escondían las cosas y me tiraban al suelo para
quitarme los zapatos y tirarlos al basurero o dejarlos en un lugar alejado,
obligándome a caminar por todo el colegio en medias al frente de los demás.
Al principio yo
aguantaba todo eso en silencio y contenía las lágrimas. Luego, algo extraño
pasó. Me volví violenta, contestando cada insulto y devolviendo cada golpe. Muy
pronto me vi recibiendo palizas, y peleando contra ellos como si fuera un
varón. Perdí mi feminidad por completo. Enserio creo que llegué al punto en el
que no me importaba como me veía, no me sentía mujer. Yo solo peleaba y…
perdía, por supuesto. Que me sintiera hombre no me hacía uno, y ellos me
superaban en tamaño, fuerza y cantidad.
Recuerdo muy
claramente la primera vez que lloré al frente de ellos. Me habían llevado al
fondo de la plaza, donde usualmente me pegaban y no había profesores. Me
estaban tirando al suelo y haciéndome zancadillas. Al hacerlo me pateaban las
espinillas, cosa que dolía muchísimo, ni siquiera dándome tiempo para poder
defenderme o por lo menos echar a correr. No sé que fue diferente ese día, pero
más que lastimarlos físicamente, quería que supieran lo mucho que los
aborrecía. Comencé a gritarles lo mucho que los odiaba. Rompí a llorar y no podía parar. Ellos al principio me
vieron extrañados, ya que yo nunca lloraba (por lo menos en público), pero
después de un rato empezaron a reír. ¡Reír! Se rieron al verme sollozando
adolorida en el suelo.
Me topé a unas
compañeras cuando estaba regresando al salón. Eran las populares de la clase,
las bonitas. No sé qué aspecto tenía yo en ése momento, pero debió haber sido
muy malo ya que me preguntaron qué había pasado. Yo estaba tan afectada y…
dolida, que les conté todo. Ella me instaron a decirle a la profesora. Para
cuando la clase inició ellas ya le habían contado todo. Sentí pánico, mucho
pánico. Obviamente, nada bueno salió de eso.
Pasaron esos
dos años, los peores de mi vida creo. Recuerdo que siempre le decía a mi mamá
que por favor no me cambiara de escuela, ya que yo era feliz ahí. Era mentira.
La verdad era que me daba mucho miedo que en otro colegio fuera peor. Ella no
sabía lo que me pasaba en el colegio. Nadie lo sabía.
Alonso dejó el
colegio, así que para cuando entré a secundaria todos me dejaban tranquila.
Todo mejoró, pero me costó mucho hacer amigas otra vez. Yo me había perdido a
mí misma. Había perdido por completo mi autoestima y mi identidad. No era
femenina, ni gentil. Era brusca y cerrada, no dejaba que la gente me conociera
ni me interesaba conocer a la gente.
El tiempo fue
curando mis heridas, junto a personas que fui conociendo conforme el tiempo.
Muchos compañeros que me pegaban o insultaban antes ahora son mis amigos. Cambié
de colegio (al Monterrey) y decidí ser social y dejarme conocer. Me encontré a
mí misma. Toda esa experiencia me hizo más fuerte, pero dejó muchas cicatrices
y hasta heridas que todavía están abiertas. Lo bueno es que ahora sé que puedo
afrontar todo lo que me proponga y que no hay casi nada que el tiempo, la
amistad y el cariño no curen.
Después de
mucho tiempo de reflexión me di cuenta de que yo no supe afrontar lo que me
sucedía de la mejor manera. No busqué ayuda, sino que respondí al fuego con
fuego. No me desahogué con nadie excepto mi diario. Cuando una guarda muchas
cosas en su interior llega a extremos como pensar en el suicidio. Yo no niego
que me cruzó por la cabeza un par de veces, pero de algún modo siempre supe que
las cosas iban a mejorar. Además de que jamás le haría algo así a mi mamá, que
en ningún momento me dejó de dar su
cariño.
Lamentablemente, hay muchas personas que no
tienen un final feliz. Por eso es que creo que en las escuelas y colegios, el
bullying debería tener más importancia. Los profesores deberían estar más
atentos y los estudiantes deberían ser más sensibles y tolerantes. Yo estoy
segura de que nunca quiero causarle
a otra persona el dolor que otros me causaron a mí.
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